Aunque no suenan tambores ni trompetas por las calles, no hay gentíos agolpándose en los cruces por donde pasan Cristos y Vírgenes, no hay saetas en las ventanas, no hay llantos por el temor a que la lluvia impida la salida de algún paso. Sigue siendo Semana Santa.
En esta semana, son numerosas las imágenes que suelen estar recorriendo las calles de las ciudades y pueblos de nuestro territorio nacional. Muchas de ellas, tanto imágenes que representan las estaciones de penitencia de la Pasión de Cristo, como altares en plata, Coronas de Vírgenes, corazones repujados y otros tantos elementos propios de los pasos procesionales, fueron hechos por nuestro "laureado", "inspirado", "genial" escultor Navas Parejo.
De todos ellos, el que siempre me ha llamado más la atención, quizás por lo diferente en su composición procesional o por lo pintoresco de su "puesta en escena" en las calles de Granada, es el Santo Sepulcro (más conocida en la capital como Santo Entierro) de la Pontificia Real e Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro de Granada.
Recuerdo que cada año mi abuela, tan católica y orgullosa de los trabajos de su suegro, nos sacaba a ver las imágenes de Semana Santa; cómo nos recordaba, de manera algo imprecisa, cuántos eran los trabajos de mi bisabuelo José que salían en procesión. Que si la Virgen de las Angustias de Almería era suya, que si Jesús "El Rico" lo había restaurado después de la Guerra, que si el Santo Entierro lo había hecho él... Crecí con la idea de que casi todas las procesiones tenían algo que había hecho él o los más de cien operarios de su taller (dato que aun hoy sigue recalcando). Recuerdo muy bien el olor a incienso; el sonido de los tambores que nos hacía dar un repullo cuando comenzaban a tocar; la impresión de ver esa expresión de sufrimiento en la cara de las vírgenes y las marcas de tortura en Jesús, con la sangre recorriendo las esculturas; la recolección de cera para hacer la mayor bola posible; las manzanas caramelizadas (que no estaban tan buenas como pintaban); el dolor de pies y el cansancio de estar parada horas y horas; los pies descalzos debajo de las túnicas de los nazarenos, pasando sobre alfombras de cáscaras de pipas que los nuevos torturadores ofrecían para elevar el nivel de penitencia.
Después, cuando ya mi abuela perdió el interés en salir a la calle para ver otro año más las mismas procesiones, iba con mis amigos a buscarlas. El interés no era tanto religioso como artístico (también por contarles a mis amigos, con todo el orgullo del mundo, que mi bisabuelo había tallado esto y lo aquello). Ahora, tantos años después, sigo descubriendo nuevas imágenes que procesionan en Semana Santa y que salieron del taller de mi antepasado. La verdad es que me cuesta distinguir entre los Nazarenos, ni sé la cantidad exacta de Vírgenes que siguen hoy recorriendo las calles, ni cuáles de ellos pasean sobre uno de sus magníficos tronos (tendré que ir confeccionando una lista de todos ellos); con el que no dudo es con el Sepulcro que sale el Viernes Santo por Granada.
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